Caminaba por aquella tarde cuando sin más la vi a ella, su cabello estaba a capricho del viento y su sonrisa la más luminosa que había visto jamás.
Caminaba tomando notas sobre algo que no podía leer. Me acerqué. Nos miramos la bese. En ese momento todo quedo congelado.
El mundo dejó de girar, la gente dejó de caminar, de hablar, de respirar, tan solo pude sentir sus labios en los míos, sus manos frías acariciarme como si me estuviese devolviendo a la vida un ángel.
Me sentí la mejor persona del mundo.
Los pájaros dejaron de volar, las nubes de pasar, los coches de andar y todo quedo en silencio.
Ella, yo, una pequeña lluvia y el coraje de ambos para sacar adelante todo lo que sentíamos en ese momento.
Fue la mejor sensación de toda mi vida.
Nunca la repetí nada parecido con nadie más, porque no hay nadie como ella.
Sigue a mi lado a cada momento, estamos viviendo día a día juntos, saltamos las dificultades, los barrancos y nadamos juntos por los mares de estrellas. Por la noche nos perdemos en los bosques de caricias mientras su sonrisa alumbra la habitación y mi vida.
Somos capaces de sentir placer, alegría, optimismo, felicidad, genialidad, gusto, asombro, unión compenetración, calor...todo en una millonésima de segundo.
Todo eso es lo que sentimos cuando nuestros dos cuerpos físicos se juntan, una gran corriente eléctrica que alumbra nuestro amor desde el día , en que aquella tarde, sus labios me electrocutaron.
Ahebak.
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