Pasó el tiempo y seguíamos ahí como si nada. Mirándonos intentando encontrar la puerta de atrás que te saca del kaos, del dolor y de los silencios que dicen más que mil palabras.
Allí seguíamos en aquel banco con los recuerdos rayados con una llave para que ni el mismísimo tiempo pudiese sacarlos de nuestras entrañas.
Un día la encontré asomada en aquella terraza mirando al vacío con tanto amor que parecía que buscaba una solución a sus problemas. Hablamos de noches vacías, de dias resquebrajados, de recuerdos que la esperaban en cada esquina para pegarla la puñalada por la espalda dejándola tirada en el suelo una vez más, acompañada de su nostalgia.
Tropezaba cada Octubre con la misma mala sensación de seguir sin encontrar lo que más ansiaba, lo único que necesitaba.
Se veía en el fondo del vaso cayendo al abismo sin posibilidad de salir a la superficie. Sin querer salir a la superficie, pues la autodestrucción que la amparaba la envolvía como una cálida manta que hacia de su mundo una fantasía psicotrópica.
Allí seguía ella en aquella terraza comiéndole la boca a las penas y tocándole el culo al pasado.
La miré a los ojos y le dije: "Si vas a saltar, dame la mano, que yo ya me he reventado y no quiero que tu te hagas daño".
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