sábado, 5 de marzo de 2011

Pequeños gestos.


Aquella mañana, una chica negra cruzaba la gran avenida que separaba los dos barrios. Ante la mirada de la gente ella caminaba firme y convencida de lo que iba a hacer.
Se posó en la puerta y entró en la bibliteca, cosa que las personas de color tenían totalmente prohibido. Al entrar, permaneció unos segundos maravillada ante la gran cantidad de libros de había y que esperaban a ser escogidos y devorados por algún soñador no declarado.
El bibliotecario se acercó a la joven y con una mirada de odio la expulso del edificio sin mediar ni una sola palabra.
La joven volvió a casa dolida y lloraba desconsolada. Sus lágrimas no eran de tristeza, sino de dolor, de rabia, de angustia...sus lágrimas eran de un calibre de impotencia que jamás podrás imaginar.

A la mañana siguiente despertó, se vistió y salió a la calle como otro día más. Tras andar unos cuantos kilómetros al fin llegó a su destino.
Respiró.
Se dió fuerzas por dentro y decidió entrar en la biblioteca. Al darse la vuelta, la mirada del bibliotecario era de asombro y de enfado, y la volvió a expulsar.

La joven volvía un día tras otro y la respuesta que obtenia no era otra que la expulsión inmediata del centro.
Cada día el camino se le hacía más largo, ya que tras ser conocido su objetivo por varia gente del pueblo, estos, la insultaban, la empujaban, la gritaban e incluso alguno que otro la escupía.

Un día de lluvia, la joven entró de nuevo en la biblioteca. Como cada día el bibliotecario se acercó a la joven con las manos en los bolsillos, como estar acostumbrado a ese momento.
Se plantó delante de la joven.
La miró, se sacó una mano de bolsillo, y sin mediar palabra le entregó un carnet de la biblioteca.
La muchacha le miró extrañada, dijo gracias y comezó a buscar alguna obra que llamase su ateción.


A veces, las pequeñas cosas, son las que marcan la diferencia.

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