miércoles, 19 de enero de 2011

Un elefante rosa no es la mascosta más apropiada para un niño.
Hize la maleta y sali de aquella caverna que me inspiraba tranquilidad a la vez que una sensación de misticismo mezclada con tabaco rubio y un baso medio lleno de ron.
Marché en busca de algo que no sabñia que era. Mi maleta, llena de libros y miles de notas que había tomado durante mis insumergibles fantasias, historias y luchas con dragones de tres cabezas.
No podía faltar una reprodución del Gernika en tamaño postal. Los más bello de uno de los episodios más feos de la historia de esta porción de tierra.
Esas cosas no están bien, pero aun asi nos empeñamos en hacerlas. Demasiado rencor acumulado en las grietas de una tierra que riegan las lágrimas de los caidos que no tuvieron oportunidad de poder gritar al viento sus mensajes de angustía antes de un final ya anunciado y más que esperado.
El corazón latía a 357 km por hora.
Las manos sudaban.
Los fusiles se encasquillaban.
Con mi mirada al frente logré ver el miedo de un enemigo frío como el hielo pero debil como el alambre. Aun así no dudaba en pinchar cuando tenía la ocasión, gente desalmada sin arrepentimiento de sus actos.
Miré a los ojos al cañón.
Me miró.
Esta vez no habría sesión de arrepentimiento, ni una carta, ni una llamada, ni tan solo un recuerdo. Me fuí con mis recuerdos en el bolsillo y pude compartirlos con los gusanos que mientras enterraban mi cuerpo ablandaban la tierra con sus lágrimas de impotencia al no poder salir de allí.
Y que mas da quien yo fuera, estaba muerto con mis pensamientos regando aquella escarpada tierra que no saba tregua a la desesperación de un pais que moria al paso de una oleada de limpeza campesina que partia con un quitaideas de la mazo y una bala de color cielo en la otra.
Solo un elefante rosa recorrió mi memoria aquellos cortos segundos, en los que un percutos se activaba y escupñia su rabia contra mi craneo.
¿Por qué rosa?
¿Por qué un elefante?
La idea de pensar eso instantes antes de mi muerte me excito tanto que recibi esa bala como un trago de agua en medio del desierto.
La muerte no se apoderó de mis ojos, ni de mi cuerpo, ni de mi mente.
Pero si se apoderó de este pais cual suelo se agrieta dia a dia por los gritos de justicia que esconden sus suelos.

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