A la mañana siguiente las calles están heladas. Las fuentes muestran carámbanos de hielo que van desangrándose a causa de la luz del sol que poco a poco hace que la ciudad recupere de nuevo el calor desde lo más profundo de sus entrañas. El poema de hoy es totalmente diferente:
"Sueños entre gigantes
agujeros de miseria y soledad
mi alma esta cansada
mis huesos no fueron sepultados
mis versos, no son silenciados."
Así comienza la obra de este personaje que finaliza con una simple palabra: Bendiciones.
Camina de nuevo calle arriba buscando los ojos de miel que hace que su paseo sea corto, su paso mas acelerado y recupere la ilusión de un niño de 10 años el día de Navidad.
La gente vuelve a ir como loca. El ancianto dibuja una sonrisa de pena hacia esa gente que corre como loca calle arriba, calle abajo, calle a un lado, calle al otro, habla por móvil, envía un correo desde su reloj, como hamburguesas, bebe café, corre al metro, al autobús... El sin embargo, espera en la esquina como cada mañana y se fija detenidamente en las azoteas. Tan artísticas como siempre, tan brillantes como nunca. En un deslumbramiento aparta la mirada castigada por el reflejo de los ojos que buscaba entre miradas de desprecio, curiosidad y algún que otro personaje que intenta intimidar.
De nuevo entre el gentío aparece ella, con su vestido azul cielo, su pelo recogido y sus prisas diarias.
El viejito de acerca.
Extiende la mano y le entrega un papel.
Saluda con el sombrero y sin decir ni una palabra, paralizado por el miedo, echa andar calle abajo deseando que un desastre natural ocurra en ese momento y borre su cara de la mente de esa joven inalcanzable.
" Las fresas me recuerdan que aun estoy vivo". La joven no entiende ni una sola palabra de color sepia que se esconde entre las dobleces de un papel antiguo y arrugado que seguramente haya recorrido medio mundo. Pone cara de incomprensión, se encoje de hombros y vuelve a su agitada ruta por el centro de la ciudad.
Los coches pitan, dos policías dirigen el trafico, el quiosquero recomienda una lectura, los zapateros limpian los zapatos de un matrimonio adinerado mientras entonan los mejores boleros de toda la Gran Vía, un niño devora un algodón de azúcar y ese olor a futuro y gasóleo vuelve a impregnar todas las paredes de los edificios que marcan el cauce del eje central de Madrid.
De su maleta el viejito saca un viejo cuaderno, donde tiene apuntadas algunas vocales, medio abecedario y algunos que otros datos.
"Las rosas de mi funeral no serán negras" puede leer en una de las caras de su libreta que poco a poco se va rescrebajando al igual que la vida de este, que no ha parado ni un solo segundo. Rescata de una esquina un reloj parado a las 19: 27 exactamente. No sabe que ocurrió en esa hora, pero debió de ser algo importante. De entre algunos trapos saca una hoja amarillenta y medio desgastada por el paso del tiempo que no deja nada a su paso. Hay un nombre escrito en ella, pero no puede leerlo. No le da más importancia y guarda la hoja en el mismo rincón.
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