jueves, 12 de agosto de 2010

"Pues allá en el desierto de Atacama se dan las peores condiciones del mundo" relataba atropelladamente Julio, un hombrecillo chileno que conocí en el bar donde desayuno todas las mañanas.
Siempre estaba en un lado de la barra, con su copita de ron dominicano y dos hielos, "con más de dos hielos esto no vale" decía siempre al camarero. Vestía unos pantalones de color café, una camisa de hilo blanco y un sombrero panameño.
"Dicen que la noche se pueden alcanzar los 25 grados bajo cero y por el día unos 30 grados ala sombra. Los que han pasado allá la noche han sentido como el suelo se rescrebaja bajo sus cuerpos y el silencio queda sepultado por un sonido parecido al de la lluvia." Todo el mundo le miraba como si se tratase del profesor apunto de resolver el misterio de la vida.
Mientras tomaba mi café a sorbitos, le miraba con admiración.
"Yo solo visitaría ese lugar para morir tranquilo, tumbado al sol, sintiendo como el calor me invade mientras mis problemas se evaporan".
Seguí una semana entera frecuentando aquel bar, pero ni rastro de Julio. Un día le pregunté al camarero que había sido del anciano:

-Perdona, ¿Qué ha sido de Julio?
-No te enteraste, marchó al desierto.

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