martes, 11 de febrero de 2014

La chica triste.

Me gustaba la chica triste que siempre se sentaba en la última fila.
Nunca saludaba al llegar, pero siempre se despedía por si era la ultima vez, decía.

La chica triste, tenía más cicatrices que lunares. De todos los tipo de magulladuras que puedas imaginar nunca: por amor, por desamor, por caerse de la cama, por el "quédate" que nunca le dijeron, por la muerte de su padre, la cicatriz que le hizo una manecilla de su reloj preferido el día que se paso toda la tarde esperando a ese alguien que nunca apareció.

Ella era la tristeza, la que vivía en un continuo día nublado y de tormenta, pero siempre tenia esa luz de esperanza en su mirada cuando la tormenta traspasaba sus fronteras e infectaba al resto de la gente que la rodeaba.

Nunca escribía con boli, decía que estaba harta de jugarse el tipo por cosas que pensaba que siempre iban a estar ahí y que al final desaparecían, por lo que todo lo hacía a lápiz para poder borrar olvidar.

Aquella chica era fría como un día de Enero en plena madrugada. Nunca sonreía. Nunca dedicaba palabras que mostrasen algún sentimiento hacia nadie.

Un día se me acercó y clavó sus ojos contra los míos.
"Ven" me dijo, "no voy a romperte, solo necesito a alguien que sepa coser - me".



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