El avión picó bajo, como si hubiera perdido el control y fuera a estrellarse. La mujer había salido corriendo por la carretera, arrastrando consigo a las dos niñas. Descendieron más, hasta casi rozarles las cabezas, y empezó otra vez el fuego. La niña mayor fue la primera en caer; pero la mujer siguió arrastrándola, a pesar de que las balas también la habían tocado. Hasta que sintió cómo se le zafaba de la mano; porque algo resbaloso se oponía a la presión y se la arrebataba. Siguió corriendo, con los dos brazos extendidos, como si llevara a las dos niñas con ella, hasta unos metros más en que cayó también. La niña menor quedó a su lado, intentando vanamente levantarla. Y profirió gritos de terror, encogiendo el cuerpecito y mirando al cielo, cuando el avión cruzó nuevamente sobre ella, como si quisiera meterle miedo.
Entonces la niña empezó a ver cómo el cielo se llenaba de hombres suspendidos por telas hinchadas como globos, atados por hilos... Parecían muñecos que alguien le enviaba por haber perdido a su muñeca en la casa incendiada. Quiso despertar a la madre, para que viera el regalo del cielo. Pero la madre no le respondía y tenía un hueco enorme abierto en un costado por dónde salía mucha sangre. Cogió miedo y corrió hasta el cuerpo de la hermanita. Pero su hermanita tampoco quiso despertarse para ver los muñecos que estaban cayendo... Levantó la vista y otra vez el cielo limpio, sin los muñecos. Y de nuevo el avión, y los disparos, atormentándola, haciéndola gritar con el terror brincándole en todo el cuerpo.
Aquella madrugada habían sentido en su casa los primeros disparos. El padre estaba ausente. Hacía guardia en la playa y, fue de los primeros sorprendidos al aparecer los invasores. Ella recordaba que la madre se había tirado de la cama y las había reunido, temblando. Por la mañana llegó un vecino y les dijo que no salieran, que se metieran debajo de la mesa y pusieran colchonetas encima. Y que mordieran un palo, o un trozo de madera, cada vez que sintieran los aviones. Así lo hicieron. Hasta que la metralla abrió el hueco en el techo y el humo las empezó a ahogar. Salieron corriendo, sin tiempo para coger la muñeca y desde afuera vieron las llamas, devorándolo todo. Fue entonces cuando empezaron a correr por la carretera y cuando las vieron desde el avión, disparándoles.
Ya el sol estaba fuera y empezaba a calentar. La niña estuvo un rato moviendo el cuerpo de la hermana. Pensó que algo raro había pasado y volvió junto a la madre. Pero le dio miedo tanta sangre sobre el asfalto. Otro avión daba vueltas. Y otra vez el terror y la huida, ahora sola, por la carretera.
Había andado un trecho propio de sus pasos cortos, cuando tres hombres se aparecieron y la interrogaron.
- ¿Qué haces por aquí?
- Busco a mí papá.
- ¿Dónde está tu padre?
- No lo sé.
- ¿Y cómo andas sola?
-Yo salí con mi mamá y mi hermanita. Y pasó un avión grande y nos disparó y yo creo que están muertas...
Los tres hombres se miraron y no dijeron nada de momento. La niña les miró las caras y aquellos trajes raros que ella nunca había visto antes.
- ¿Qué hacemos? -preguntó al fin uno.
- Yo no sé.
- Es un estorbo -volvió a hablar el que había hecho la pregunta.
- Me parece que deberíamos entregársela al Padre...
- ¿Me van a llevar con mi papá? -interrumpió la niña con la carita animada por primera vez en muchas horas.
- No. Es un cura.
- ¿Un cura? -se asombró la niña.
- Si. ¿No has visto nunca a un cura?
- No. Por aquí nunca ha estado ninguno.
- ¡Claro! Como iba a estarlo si los estáis echando de Cuba.
- Oye, ¿tu padre es comunista?
- ¿Qué es eso?
- ¿No lo sabes?
- Si tu padre es fidelista.
- Si. Nosotros aquí todos somos de Fidel. ¿Y ustedes?
Los tres hombres la miraron seriamente, como si quisieran fulminarla. La niña pasó sus ojitos asustados por los tres rostros y enseguida comprendió.
-Vamos a llevarla con el Padre, antes de que se ponga a dar gritos.
Uno de ellos la cogió por una mano y la niña se encogió mirándolo de reojo mientras se llevaba la otra mano a la boca. Se desviaron de la carretera y la llevaron hasta el hospital improvisado.
Había un sanitario, que se quejaba de que no tenía medicinas suficientes y de que había que irlas a buscar al barco; un médico, esperando por los primeros heridos; un cura, con su casulla y su rosario encima del traje de camuflaje; y cuatro hombres más, con armas largas, custodiando a dos prisioneros (uno muy viejo y otro muy joven), que permanecían tirados en un rincón.
La niña llegó con ellos y primero se detuvo en seco, como si no creyera lo que veía. Luego se zafó de la mano y corrió hacia el prisionero joven, refugiándose en sus brazos.
- Papá, papá... Te andaba buscando, te andaba buscando hace rato...
El hombre se sorprendió y alarmó por la inesperada visita.
- ¿Por qué estás aquí...? ¿y tu mamá?
La niña empezó a llorar y el hombre comprendió que algo malo pasaba.
- ¿Qué ha pasado?
- Quemaron la casa. Los aviones tiraron bombas y tiros. Salimos corriendo y mima cayó y también Aurorita... Yo seguí huyendo y me encontraron estos...
El prisionero apretó los dientes y las quijadas se marcaron tensamente en la piel, como si el espacio fuera insuficiente.
- Vamos a rezar por ellas -dijo el cura mientras se persignaba.
- Con eso no las vas a resucitar -le respondió mirándolo con desprecio.
- No sea mal agradecido -dijo el sanitario.
- ¿Es que tengo que agradecerles que me las hayan matado?
Y los miró con odio y asco, con todo el odio y asco que pueden inspirar invasores asesinos.
- No le hagan caso. La niña nos dijo que era comunista.
El cura volvió a persignarse y se le acercó, dispuesto a conquistar una nueva alma. La niña se apretó más al pecho del padre, como si viera acercarse al demonio.
- Dios te perdonará sí te arrepientes. Todavía estás a tiempo... -empezó a decirle el cura.
- ¿Arrepentirme de qué?
- Del comunismo ateo y materialista.
- Yo soy fidelista.
- Es lo mismo.
-Yo no puedo arrepentirme de serlo.
- Te han confundido. Nosotros formamos parte del Ejército de Liberación. Vamos a devolverles la libertad.
- ¿Qué libertad?
- La que tenían antes...
- ¿Y quién le ha dicho a usted que yo antes tenía libertad? (…). - ¿Y el pueblo?
- ¿Qué cosa?
-Los cienagueros... Y los demás allá... ¿contaron con ellos?
-¿Pero por qué rayos vamos a contar con ustedes? -vociferó el muchacho rubio. ¿No le han dicho que traemos la libertad?
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